La fiesta de los toros no es un espectáculo al uso, su grandeza radica en ser un trance entre la vida y la muerte.

sábado, 15 de diciembre de 2012


¡Siempre se van los mejores!

Escarbando por sitios insospechados he dado con tres peliculillas grabadas en super 8 m/m que me presta desinteresadamente un artista del pueblo que se llama Perico Hervada y que hace verdaderos y bellos cuadros y dibujos con la plumilla y acuarela sobre todo de nuestro pueblo. Uno,  precioso, fue regalado por el Ayuntamiento de Tordesillas a todos cuantos celebraron allá por el año 2004 el XXV Aniversario de los llamados Ayuntamientos democráticos. Pero el recuerdo de la causa para entrar en materia no es la cuestión política, cada vez menos interesante, sino la taurina, hoy en auge en mi propia vida. Y ello por la razón de unas cintas de película en las que se recogen las faenas de Carlos Escolar Martín “Frascuelo” por estas tierras de pan llevar y mejor vivir cuando el hombre contaba con pocos años y aún la alternativa como matador de toros no la había recibido.
Gonzalo Hervada, Gonzalo el de los muebles para entendernos, tenía un tomavistas y como era primo de Frascuelo, el torero, que cuando actuaba por aquí se hospedaba y cambiaba en su casa,  se sentía orgulloso de acompañarle por las cercanías y grababa algunos de los momentos de sus faenas hechas ante novillos más o menos curados en sudores y metafísica, normalmente bien armados y de trapío gustoso, tal y como se llevaba por estos pueblos en los que se corren toros, a cargo de una afición pasional y entregada. Pueblos bien conocidos por Andrés Vázquez cuando ya despertaba de novillero; por Suso el Almirante; por Agustín Boya el Cuco; por el Cid Zúñiga; Fernando Merino y por el propio Frascuelo…
En una de esas peliculillas Carlos Escolar “Frascuelo” torea novillos toros del Cura de Valverde, el distinguido ganadero charro Cesáreo Sánchez, tonsurado de los de verdad y no de misa y olla, sino un gran hombre, religioso, ordenado sacerdote que cuidó y crió los toros parladé que estoquearon todos los toreros de arriba del escalafón, las llamadas figuras, pero que, poco a poco, por razón de modas,  fueron muriendo en deseo, aunque no lo hacían en bravura, ni en casta ni en trapío. Un documento original y extraño que sirve no obstante para ver a dos figuras egregias en esto de la tauromaquia: Unas reses con vitola y un torero de oro viejo y carácter como “Frascuelo”.
El año pasado, cuando el Foro taurino de Zamora rindió un homenaje merecido a Frascuelo y a Luis Miguel Villalpando, uno como oro viejo y el otro como plata de ley del toreo, en acierto esplendoroso definido por mi amiga Ana Pedrero, pude hablar con Frascuelo y, ciertamente recordaba cuanto digo de su pariente tordesillano, así como diversos momentos en la lidia de toros, fuera de feria, que llevó a cabo en Tordesillas. Luego vendrían las imágenes guardadas en una caja en la casa de su primo, hoy custodiada por su viuda y por su hijo Perico, un gran pintor de finura y elegancia.
Por mi amigo Paco Cañamero, sé que se han ido todas las vacas del Cura de Valverde que quedaban para Francia, allá a una finca cerca de Arles,  adquiridas por un industrial de panes, bollos y magdalenas llamado Jean Luc a sus legítimos propietarios Leopoldo y Juan Mateos. Y un toro de la Vega, que yo vi, de nombre “bonito” del Cura de Valverde, que ganó el año 1993, al ser proclamado vencedor de este singular torneo taurino tordesillano, olor de siglos y fundamento taurómaco y cuya cabeza disecada aún puede verse por quien desee verlo en la asociación de pandas tordesillanas.
En fin, dos cosas enlazadas, juntas, unidas en este final tan desasosegante que supone la desaparición de algo tan querido como una ganadería de toros bravos, que nos hace exclamar a veces con amargura, impotencia y resignación: ¡Siempre se van los mejores!”.
Quede para todos los nostálgicos el recuerdo veraniego del año 1999, cuando Carlos Escolar, el primo de Gonzalo el de Tordesillas, lidió y triunfó en Las Ventas ante dos magníficos ejemplares del Cura de Valverde y salió en hombros por la puerta grande así como los pases guardados en una peliculilla a unos novillos de un salmantino de usía.
Lo demás, desgraciadamente… ¡Ite, missa est!

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