La fiesta de los toros no es un espectáculo al uso, su grandeza radica en ser un trance entre la vida y la muerte.

ALFREDO ÁLVAREZ






LA VOZ DEL AFICIONADO






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DESDE EL CAMPO

Hoy he querido asomarme a esta página para contaros algunos recuerdos y vivencias por mí experimentadas a través de muchos años viviendo en varias ganaderías de nuestra provincia del Santo Reino.

Os diré que me crié en una ganadería muy emblemática de nuestra provincia como es Flores Albarrán, enclavada en plena Sierra Morena, allí trabajaban mi padre y mi tío Vicente de mayorales; aunque mis recuerdos de dicha ganadería son muy vagos, ya que yo era muy pequeño, me acuerdo de las tientas de vacas con los hermanos Bienvenida y también del torero más famoso de aquellos tiempos Manuel Benítez "El Cordobés”.

Los recuerdos más claros en mi memoria son cuando mi padre se trasladó a la ganadería de Antonio Garde, a las fincas de: "El Cotillo" y "La Dehesilla de los Cuellos” con una parte de la ganadería de Sepúlveda de Yeltes, de origen contreras, que vino de Salamanca hasta nuestras tierras. Recuerdo perfectamente los toros bajando de los camiones y, entre ellos, un semental ciego que se arrancaba orientado por el olfato, era inmenso de grande. También venía en el lote otro semental llamado "Jaretero" con el número cuatro, y es éste nuestro protagonista de hoy, voy a contarles algunas de sus aventuras en este capítulo que titulo "El Toro Rebelde".

Este toro aprendió a trasladarse de una finca a otra en tiempo de cubrición de las vacas, o sea, de la finca “El Cotillo” próxima al pantano de la Fernandina hasta “La Dehesilla de los Cuellos” situada en la sierra del Centenillo a unos treinta kilómetros de distancia; os diré, que en aquellos tiempos, los traslados de sementales y todo tipo de ganado de una finca a otra se hacían de manera muy distinta a como se hacen hoy día; antiguamente, se llevaban a cabo a través de cañadas reales y veredas con los bueyes y los caballos, hoy se hacen los traslados en camiones. A nuestro protagonista sólo le bastó llevarlo la primera vez para que recordara siempre el camino, aquí se demuestra la capacidad del toro bravo para recordar caminos y parajes; recorría unos treinta kilómetros para trasladarse por su cuenta. Atravesaba la carretera nacional Madrid-Cádiz -hoy autovía de Andalucía- a la altura de la localidad de Carboneros y nunca ocurrió ninguna desgracia, lógicamente hace cuarenta años el tráfico era inmensamente menor al de hoy. Para llegar hasta dicha sierra del Centenillo, ya en plena Sierra Morena,  atravesaba una importante zona de olivares, coincidiendo casi siempre, sus escapadas, en plena recolección de la aceituna, donde se encontraba bastante gente trabajando, la presencia de Jaretero, asomando su abundante encornadura entre los olivos a más de uno le debió meter el susto en el cuerpo, pero jamás, Jaretero atacó a nadie.

Para que Jaretero no pudiera llevar a cabo sus aventuras amorosas, ya que todos los años era preciso su colaboración como reproductor, mi padre lo encerraba en los corrales del embarcadero ya que las cercas de alambre de espino no eran nada para él, estaba como si dijésemos encarcelado.

Con Jaretero pudo pasar un accidente muy desagradable en los corrales de la finca del "El Cotillo": Un día vino a visitarnos mi tío Fernando, que era entonces el viejo mayoral de Román Sorando, contaba con sesenta años y estaba a punto de jubilarse, había estado toda su vida dedicada al ganado bravo. Estando comiendo en el cortijo, en un caluroso día del mes de mayo, salió en la conversación de sobremesa las aventuras amorosas de Jaretero, quedando tío Fernando enterado de las hazañas de este animal. Caída la tarde, cuando bajó el calor, a tío Fernando le apeteció dar  un paseo por su cuenta por los alrededores del cortijo, olvidándose de lo comentado después de la comida acerca del toro aventurero; se adentro en las instalaciones del embarcadero pasando a través de una tronera que se comunica con un primer corral de unos doscientos metros cuadrados, dicho corral, no era cuadrado sino que en uno de sus extremos tenía un saliente de otro corral contiguo haciendo media luna, y contaba con tres burladeros. Este corral estaba vació y comunicado con un segundo corral más pequeño en el que no había nada. Tío Fernando, como hombre de campo, iba observando todo, ya que aquello era de reciente construcción. Todas las puertas de los corrales pequeños estaban abiertas comunicándose con el corral principal por donde él había entrado, pero siguiendo su observación, pasó a un tercer corral más pequeño aún que los anteriores y allí se encontraron el viejo mayoral y Jaretero; imaginaros el tremendo susto que debe ser verse encerrado en un corral, de unos diez metros cuadrados, con un toro de casi seiscientos kilos; pero sin intercambiar saludo alguno cada uno hizo lo natural en estos casos, es decir, tío Fernando a correr sobre sus pasos y Jaretero a embestir, pero a tío Fernando ya con sesenta años y a punto de jubilarse le sobraba experiencia y le faltaban piernas. Al salir al corral grande por donde había entrado, Jaretero lo llevaba casi cogido, pero fruto de su oficio, no le corrió al toro en línea recta para buscar la tronera que sería lo más natural, sino que varió su trayectoria y le corrió sobre la pared que hacía curva como una media luna. Cuando daba su vida casi por perdida, cuál fue su sorpresa, al final de la pared, de unos cincuenta metros de larga, existía un burladero que no había visto antes por el diseño curvo de la pared antes mencionada, refugiándose en él y saliendo ileso gracias a Dios o a la experiencia de muchos años trabajando con el ganado bravo; o tal vez, Jaretero no era toro de desgracias.

Esta historia y otras muchas ocurren a diario en el campo bravo. No sé si estará bien relatada, porque para los hombres de campo, como es mi caso, esto de escribir no es lo nuestro. Recuerdo con sentimiento a tío Fernando o "Fernandico” como se le conocía cariñosamente y que hace ya muchos años que nos dejó.



Alfredo Álvarez, noviembre  de 2007.

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