La fiesta de los toros no es un espectáculo al uso, su grandeza radica en ser un trance entre la vida y la muerte.

martes, 25 de diciembre de 2012

DAVID GIL: Lo que era una locura sirvió para comprarme mi casa



David Gientrevista de Pla Ventura en Opinión y Toros [ 24/12/2012 ]  


Navidad es recordar a Jesús, que nació en un pesebre siendo el Rey. Navidad en OyT es recordar que hay toreros que torean en pesebres pudiendo ser los reyes, o quizá lo son. En Opinionytoros sabemos que no a todos los llamarán figuras, pero que es imposible no llamarles toreros. En Navidad, más que nunca, es momento de reconocer y agradecerles su esfuerzo.

Curtido en mil batallas, de vuelta ya casi de todo en la vida, y de forma muy concreta en su profesión de torero, encontramos a David Gil para que nos relate sus vivencias peruanas que, con el permiso del maestro Carlos Escolar Frascuelo, es el torero español que más ha toreado en el Perú.

Habla uno con David Gil y, de repente te das cuenta que no hace falta pregunta alguna; él lo resume todo con sus vivencias, con sus logros, éxitos y todo lo que en Perú ha vivido durante muchos años. Conversar con este hombre es asistir con mucha atención a un monólogo de su alma en la que en la sensibilidad de su cuerpo afloran sensaciones que dejan a su contertulio sin palabras.

David Gil es, como tantos otros jóvenes, un “mendigo” del toreo, un loco de la vida que, por amor a su profesión ha sacrificado su propia existencia. Me fascinó que fuera el propio matador el que se definiera como un loco en lo que a su profesión se refiere. Sí, sin duda, para llevar a cabo su tarea, una hazaña sin precedentes, uno tiene que estar asistido por ese atisbo de locura con el que puede con todo.

Como veremos ahora, mientras en España, las figuras del toreo se siguen rasgando las vestiduras por nimiedades, hombres como David Gil se juegan la vida apasionadamente en Perú, sencillamente, a cambio de atesorar la honra que para él supone ser torero, pero poco más. David es, si se me permite la lisonja, como los políticos de antaño que, ostentando el cargo ya habían cobrado; a él, en su profesión, prácticamente le ocurre lo mismo.

Llamo al matador y, al descolgar una voz -la de David Gil- me dice: “Disculpe, señor, estoy recogiendo aceitunas; me grabo su número y le llamo cuando termine mi jornada.”

Cualquiera, en mi lugar, se hubiera asombrado; en mi caso, todo lo contrario. Para mi desdicha conozco demasiado bien los entresijos de la fiesta de los toros y, para desdicha de la misma, es dentro de ella donde anida la miseria en su fase más cruel. La gente conoce a Morante, a El Juli, a Manzanares… pero muy pocos reparan en esa lista interminable de matadores que, por torear, hasta son capaces de dejarse matar; David Gil es el claro ejemplo de lo que digo.

Para que nos demos una idea de cómo funciona el mundo de los toros, por ejemplo, al respecto de David Gil podemos decir que, la última vez que toreó en Linares, su pueblo, junto a Enrique Ponce y El Juli, hace ahora más de una década, cortó dos orejas, salió por la puerta grande y jamás le volvieron a dar otra oportunidad. Y repasando lo que han sido las actuaciones de David Gil, es el éxito el que adorna su carrera pero, ya lo dice el refrán español, suerte que tengas que el saber poco te vale.


El triunfo es la constante de David Gil, que no ven los empresarios españoles
-Corre el año 2000 y, desesperado, digo yo, decides marchar a Perú a probar suerte. Y he dicho bien, a probar suerte, no como las figuras del toreo que son reclamados tanto en Perú como en todos los confines del mundo. ¿Por qué diste aquel paso que, a priori, era muy incierto?

No quedaba otra opción. Como tú dijiste, si corto dos orejas junto a las figuras, me sacan en volandas y no me contratan en ningún sitio, ¿qué hacer? Si, amigo, empieza a cundir la desesperación y, todo lo que huela a vestirme de torero me parecía fantástico.

-He podido saber todo de ti al respecto de tus actuaciones peruanas pero, sinceramente, ¿ha merecido la pena tanto esfuerzo?

Al final yo creo sí. Lo que era una locura me sirvió para comprarme mi casa y, como en este año, hasta llevar a mi mujer al Machu-Pichu en Perú que, como turistas, hemos recorrido muchos sitios que yo, por mi profesión, ya conocía.

-Por todo lo visto, David, en Perú, en los pueblos donde tú has toreado, para los de tu “especie”, entre otras cosas, no hay hoteles de cuatro estrellas para que se vista el matador; o sea que, aquel axioma de que el toreo es grandeza, allí no existe, ¿verdad?

No, de ninguna manera. Yo soy un jornalero de mi profesión y, desde el primer día que volé a Perú, al margen de jugarme la vida, mientras toreaba, rezaba para que me quedara el jornal del que te hablo. Pero me cabe el orgullo de haber convivido con aquellas gentes nobles que, llenos de amor, me calaron en el fondo de mi ser, pese a no pasearme por esos hoteles de los que tú decías y que todo está rociado por la humildad.


Aquí le vemos lanceando con el capote
-Por cierto, David, perdona mi indiscreción. ¿Qué entiendes tú como un jornal en tu profesión?

En los primeros años de torear en aquellas tierras andinas, amigo, los honorarios eran de trescientos dólares por tarde.

-¡Has dicho trescientos dólares! Perdona pero quedé inerte ahora con tu afirmación. Tras escucharte te pido que me perdones pero, puedo afirmar que estás loco por completo. ¿Cómo te puedes jugar la vida por esa miseria?

Evidentemente, racionalmente no tiene sentido lo que hago; le doy la razón a mi mujer que afirma lo mismo que dices tú, pero puede más mi corazón que mi razón.

-Como fuere, David, tú te ganaste allí el honroso título de EL TORERO DE LOS ANDES y, para colmo, eres un ídolo admirado entre aquellas gentes. ¿Es ese el premio que anhelabas?

Mis sueños eran mayores pero, algo es algo; fíjate que, pese a todo, detrás de mí los hay peores; siempre encuentra uno consuelo para sus penas. Y aprovecho ahora para rendirles gratitud a los peruanos, a su afición, organizadores y todas las gentes que me han apoyado y han logrado que mis sueños de España se hicieran realidad en tierras peruanas.

-¿Cómo es aquella afición? Y te lo pregunto porque he podido ver imágenes en que las gentes te quieren, te admiran, te veneran…

Aquello es otro mundo. Las gentes son sencillas, maravillosas, muy apasionadas y, nosotros, los toreros, todos, somos ídolos para ellos; no encuentro palabras para expresar todo lo que allí me han hecho sentir. Fíjate que, en Lima conocí al que era vuestro corresponsal, el señor Fernando Marcet, Dios lo tenga en la gloria, que siempre me trató con un gran respeto, como la señora Magaly Zapata y otros muchos periodistas del país.


Toreando con la diestra para el pueblo, nunca mejor usado el término


-Por todo lo que me dices deduzco que, lo que es la afición peruana son fantásticos pero, los organizadores, no son trigo limpio; así lo pienso al recordar la cantidad de que antes me hablabas que percibías por cada tarde. ¿Digo bien?

No, no tengo queja. Y te lo explico. Es cierto que, como en todos los sitios, cuando llegué por vez primera a Perú me topé con un mal personaje que, el muy cabrón se quedaba con el ochenta por ciento de mis honorarios; de todos modos, se paga poco, y todo tiene su lógica que ahora te explicaré. Pero aquel tipo nos exprimía a todos los “novatos” que allí llegábamos. Un mal tipo del que me repugna decir su nombre. Pero una mala persona no puede empañar la grandeza de miles de aficionados que me han tratado como si fuera un rey.

-Decías que me explicarías…

Sí, hombre. En Perú hay una afición emergente que cultivan con pasión la fiesta de los toros y no hay prohibición alguna ni traba que la intoxique como ha sucedido en Bogotá o en Quito. La gente acude ilusionada a todas las plazas de los pueblos donde he toreado que, para mi dicha, ha sido muchísimo en todos estos años, pero una entrada, la más cara, vale cinco dólares; allí lo que vale carísimo son los toros y, los organizadores, de los que no tengo queja de nadie, se ven colapsados con los altísimos precios de los toros y, al final, con esos precios de los boletos, lógicamente, queda muy poquito dinero para los toreros, e incluso para los organizadores, algo que he palpado muy de cerca.

-Cuando has toreado en aquellos pueblos perdidos de la mano de Dios, sin enfermerías, sin médicos, sin medio clínico alguno, incluso hasta sin una furgoneta en condiciones para, llegado el caso, llevar un herido a cualquier hospital. Cuántas veces te has preguntado: ¿Qué hago yo aquí?

Para mi dicha, esa pregunta ha surgido siempre tras mis actuaciones; es decir, mientras estoy en la vorágine jugándome la vida, esa idea no ha pasado nunca por mi mente, hubiera sido terrible; es más, creo que de pensarlo no me hubiera vestido de torero. Si, amigo, volvemos a lo de siempre, a ese atisbo de locura que anida dentro de mí ser, porque si de artistas y de locos todos tenemos un poco, yo creo que tengo de los dos.

-Según he podido saber, David, en Perú, esos trayectos de un pueblo hasta el siguiente, ese camino tiene más aventura que la propia corrida de toros a torear en dicho día, ¿verdad?

Sí, porque allí las carreteras son infames; casi ninguna tiene asfalto, son caminos de tierra que, puedes pasarte seis u ocho horas en un trayecto que, en España lo haríamos en dos horas; para mayor desdicha, hasta hay muchos atracos de los bandoleros que por allí anidan; para mi suerte, solo una vez tuve un altercado, pero lo que digo suele suceder muchas veces. Y es una pena que eso suceda porque, repito, Perú es un país bellísimo en todos los sentidos, con unas gentes maravillosas que, con su actitud, hasta me prolongaron la vida.

En la plaza de Rosaspata donde la tradición marca que el ruedo sea humano
-Deduzco, matador, que los toros te han respetado porque, según me has ido contando, de haber tenido una cornada, solo Dios sabe lo que hubiera pasado, ¿verdad?

Si por regla general los toreros solemos rezar mucho, en aquellas plazas la oración es nuestra razón de ser; aquello de elevar Plegarias al Altísimo para que vele por nosotros es nuestra tarea fundamental. Somos conscientes de que exponemos la vida sin que haya medio alguno para que se pueda medio atender la contrariedad de una cornada. En realidad, yo creo que somos inconscientes porque de serlo, no nos jugaríamos la vida de ese modo tan “absurdo”; pero es una absurdez que, en mi caso me hace vivir y soñar. Cierto es que, en tantísimos sitios como he toreado, solo he tenido una cornada y, para mi fortuna tuvo lugar en una gran ciudad de la que me atendieron perfectamente.

-Barrunto que puede ser interesante que me cuentes lo del altercado que antes me apuntabas. ¿Quieres?

Verás. Ocurre que en los pueblos peruanos -yo creo que sucede en todo el mundo- llegadas las fiestas de los mismos y cuando se celebran los festejos taurinos, por dichas fechas acuden al pueblo todos los lugareños que por distintas circunstancias viven fuera. Lógicamente, lo que llegan son personas con un nivel económico mucho más alto que el resto de sus compatriotas, algo que los malhechores saben y, como te digo, acuden también al pueblo por aquello de hacer el “agosto”. Salíamos una tarde de un pueblo y, en la furgoneta nos acompañaba hasta el empresario; íbamos a la casa de un conocido para arreglar las cuentas y, de repente, unos tipos rodearon la furgoneta, nos hicieron bajar y se llevaron casi todo el dinero; y digo casi porque, el empresario, sabedor del riesgo que se podía correr, la mitad de los dólares se los puso debajo de la ropa, en los zapatos y, por dicha razón, pese al robo, todavía pudimos cobrar una parte de lo acordado.

-Este año que termina, por lo que he podido saber, solo has toreado dos corridas de toros en Perú. ¿Quiere esto decir que pretendes abandonar la lucha?

No. Tampoco es eso. Acudí como antes te dije con mi mujer y aproveché para torear esas corridas que has citado que, por cierto, resultaron muy exitosas. Ocurre que me tomé un descanso puesto que, por respeto a mi mujer y a mis hijos decidí estar este año junto a ellos que, en realidad, son el puntal de mi vida.

-Dos corridas de las que, como presagio, te pagaron con generosidad para que ese viaje fuera placentero junto a tu esposa. ¿Verdad?

Sí, en las dos actuaciones junté siete mil dólares que, sin duda, es toda una fortuna.

David Gil sabe lo que es torear para tan buena gente en este ruedo humano
-He podido saber que un año hiciste una campaña en México. ¿Qué sensaciones sacaste de aquel país?

De la mano de Arturo Gilio pude hacer una campaña con doce corridas de toros pero como quiera que era todo en los pueblos y allí la gente en carteles humildes apenas acude, el dinero es muy escaso; pero mucho más humilde que en España puesto que, como Arturo me contaba, en algunos de los carteles que allí se organizan, toreros de reconocido nivel, acuden a un festejo por cuatro mil dólares. Siendo así, imagina mi futuro en México.

-Está claro que, tu feudo natural sigue siendo Perú que, para tu dicha, llenas las plazas donde actúas y eso siempre es sinónimo de alegría, ¿verdad?

Como te dije, en Perú la afición está más viva que nunca y, los organizadores, sabedores de la ilusión que tienen los aficionados, todo va en consonancia; es decir, las entradas se ponen a un precio que se sabe que todo el mundo la podrá pagar, de ahí los llenos constantes en todas las plazas. En España deberíamos tomar nota al respecto. Allí es todo humilde. Pero el solo hecho de ver la ilusión que allí se rezuma por todos los lados, todo sacrificio merece la pena.

-Deduzco, David, tras lo que me estás contando que, lo tuyo, tu aventura peruana puede ser equiparable a ir a la guerra. ¿Es así?

Como dices, es cierto que todo es una aventura; ir hacia lo desconocido como me ha sucedido en tantos sitios en la primera vez que allí acudí. Es cierto que mi carrera, en Perú, además de apasionante es una total aventura, pero nada que ver con la guerra, claro.

-Si no recuerdo mal creo que, en todo tu periplo peruano, he contabilizado más de cuatrocientas corridas de toros, un número fantástico que, decenas de compañeros tuyos quisieran para ellos, pero me sorprende que tu única actuación en Acho, en Lima, fuera en un festival. ¿Cómo se entiende que el gran triunfador de tantos pueblos en Perú no se le contratara nunca para Lima?

Es muy difícil que nadie repare en un torero humilde como es mi caso para los carteles de la capital que, como se sabe, se organizan con toreros muy prestigiosos que, sin duda, no nos dan cabida a los humildes.


Y la buena gente tras torear, le quiere, le agasaja y le trata como un rey
-Pero eso es injusto, ¿verdad?

Tan injusto como torear en Linares, salir en hombros y que no te vuelvan a contratar.

-¿Qué pensarías si mañana sonara el teléfono y te llamaran de Madrid para actuar en la próxima feria de San Isidro?

Seguramente enloquecería de felicidad. Allí confirmé la alternativa un 30 de agosto de hace ya muchos años y nunca más volví.

-Dentro de todos los males, David, si ostentas el honroso título de ser el ídolo de Perú, el máximo triunfador en tierras andinas, el torero español que más ha conmovido a los peruanos. En honor a la verdad, ¿sirve de algo todo eso?

Yo creo que ante todo ha servido para que, gracias a los peruanos yo haya podido cumplir mis ilusiones y, aunque alejado de España, en Perú me llenaron de convicciones para que, el día de mañana, cuando menos, pueda contarles a mis hijos que en Perú sí pude ser lo que en España había soñado.

-Nada más, amigo. Que tengas mucha suerte, que Dios te de mucha salud, que sigas cosechando éxitos por tierras peruanas y, a poder ser como antes decíamos, que llamaran los empresarios españoles para que entendieran que, un compatriota nuestro, durante muchos años, hizo muy felices a los peruanos.

Estas fechas son fechas de ilusión y milagros. Por eso, desde OyT, nos gusta poder hacer milagros y aportar ilusión y justicia con los toreros. Los que son ricos pueden comprarse hasta la publicidad, nosotros queremos y deseamos felicidad para todos.

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