La fiesta de los toros no es un espectáculo al uso, su grandeza radica en ser un trance entre la vida y la muerte.

martes, 30 de abril de 2013

Otoño en la dehesa



Hoy el día ha amanecido nublado en Linares, de unas características parecidas al del día del escrito "Otoño en la dehesa" que publiqué en Opinionytoros en el año 2011. He pensado recordarlo y compartirlo...

José Luis Bautista - España              [ 12/12/2011 ]
   
 

Otoño es una estación apropiada para visitar el campo. Para los aficionados a los toros toma un sentido especial si se trata de visitar una ganadería de reses bravas.


Hoy el día es ideal, ha amanecido ligeramente nublo, el viento calmo y el frío está atenuado.


Tomo dirección Guarromán con destino a la finca Navarredonda propiedad de los herederos de Bernardino Giménez Indarte. Atrás se ha quedado el asfalto gruñón, ahora sorteo una gran llanura de olivos en plena recogida. Enturbia el silencio el lejano sonido de las vibradoras y sopladoras; antaño sólo se escuchaba el golpear de varas, el murmullo sedoso de la gente o el cante -tarantaseguiriyasoleá...- de algún jornalero mientras que sus compañeros, vara en ristre, consumían sus celtas.


Adentrado en la finca, a la izquierda, veo los erales, predomina el pelo colorao; aún andan perezosos, lentamente hocican la hierba que a estas horas aún muestra el rocío cual perlas sobre sus hojas; uno brinca y juguetea como llamando la atención, otro escarba valentón. A poco, en el altozano, diviso el cortijo: sobrio en apariencia, perfectamente encalado, al que sus pocos adornos le dan seriedad castellana. Respiro el aire profundamente y mis pulmones agradecen el frescor con aroma a monte: el tomillo, la jara, se destila el alma... Sierra Morena.


Escoltado por dos filas: derecha, izquierda, de eucaliptos, desemboco en la alberca que sacia la sed de dos enormes retintos, otros desde la lejanía me dedican sus lánguidas miradas. También diviso desde aquí los utreros de saca de este año que comen con cierto descuido desaprovechando la paja; están lustrosos y bien encornados. Creo haber pasado tres porteras, veo echados varios sementales que placidamente disfrutan la mañana y muestran aire de grandeza y seguridad mientras rumian. En frente están los vientres de la ganadería, son diversos sus tipos, barrunto que aún quedan vestigios villamartas y arranes.


Antes de llegar a la plaza de tientas, sobre una hermosa llanura, hay un harén de yeguas y, entre ellas, un guapo lusitano... Corretea y suelta coces al aire un precioso potro albino sobre un manto de flores lilas. Los montes verdes presiden la escena.


Ya estoy en la plaza de tientas, la bordeo en sentido de las agujas del reloj. Dejo atrás el cajón de herrar y desde arriba, en plena ladera, la diviso pletórica. El silencio me ensordece; el canto de los pájaros desmiente mi sensación. Bajo a su piso y rastreo la arena granítica de su suelo. Imagino: ¡Va vaca! ¡Póngala abajo! ¡Está vista! ¡Con su permiso señor ganadero! Cierro los ojos, y recuerdo como toreó aquel día Enrique Vera hijo, nieto de Nati la famosa sastra de toreros, o aquel otro Antón Cortés. Añoro a José Fuentes, o a Curro Díaz que es una delicia verle tentar. Recuerdo incluso a José Luis Benlloch toreando con la diestra con magna dulzura en dos tandas de redondos... A Gitano Rubio que se ayudó tres veces por alto con gracia y hondura calé. ¡Qué recuerdos! Me emociona darles vida.


Me dirijo a la puerta de entrada, y desde allí me vuelvo para mirarla y retener su encanto. Lentamente dirijo mi visón de derecha a izquierda y me detengo ligeramente en el palco ganadero... En soledad, en silencio, se me escapa en mis adentros: ¡Gracias ganadero! Ora me siento lleno, como aquel chaval que tras ocho o diez trapazos se sintió grande.


Vuelvo a casa, repaso sensaciones y escribo: Otoño en la dehesa.              

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